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domingo, 21 de agosto de 2016

Bendición de las personas destinadas a impartir la catequesis


S. Pío X, patrono de la catequesis 


Bendicional: en negro; (oración de bendición: negrita cursiva).
 
(Se conservan los números de secciones y parágrafos tal y como se hallan en el Bendicional: negrita. También en negrita me permito realzar algunas cuestiones litúrgicas del texto del Bendicional, incisos que, a mi criterio, merecen especial consideración).
Comentarios del blog: azul.

En la parte relativa a "las bendiciones que atañen a las personas", el capítulo IV del Bendicional ofrece algunas "bendiciones relativas a la catequesis y a la oración común", la primera de las cuales presenta el siguiente esquema de "bendición de las personas destinadas a impartir la catequesis" (catequistas):

365. El rito de bendición de las personas que en una Iglesia local son destinadas a impartir la catequesis puede realizarse o en una adecuada celebración de la Palabra o en la celebración de la Eucaristía, como se indica más adelante.

366. El rito que aquí se propone pueden usarlo el sacerdote o el diácono, los cuales, respetando la estructura del rito y sus elementos principales, adaptarán la celebración a las circunstancias del lugar.

A. RITO DE LA BENDICIÓN EN LA CELEBRACIÓN DE LA PALABRA

RITOS INICIALES

367. Reunida la comunidad, conviene entonar un canto adecuado, terminado el cual, el celebrante dice:

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Todos se santiguan y responden:

Amén.

368. Luego el celebrante saluda a los presentes, diciendo:

Dios, Padre misericordioso, que quiere que todos los hombres se salven, esté con todos vosotros.

U otras palabras adecuadas, tomadas preferentemente de la Sagrada Escritura.

Todos responden:

Y con tu espíritu.

O de otro modo adecuado.

369. Luego el celebrante habla brevemente a los presentes para disponer su espíritu a la celebración y explicar el rito; puede hacerlo con estas palabras u otras semejantes:

La actividad pastoral de la Iglesia necesita de la colaboración del mayor número de cristianos, para que las comunidades y cada uno de los creyentes alcancen la maduración de su fe y la proclamen siempre mediante la celebración, el compromiso y el testimonio de su vida. Son los catequistas quienes prestan esta colaboración, cuando llevan a cabo la iniciación cristiana de otros y cuando los van instruyendo y formando integralmente como discípulos de Cristo. Los catequistas, iluminados por la Palabra de Dios y la doctrina de la Iglesia, comunican a los catecúmenos lo que ellos antes aprendieron a vivir y a celebrar. Ahora, bendecimos al Señor por estos cooperadores nuestros e imploramos sobre ellos la gracia del Espíritu Santo, ya que la necesitan para este servicio eclesial.

La expresión "cooperadores nuestros" clarifica el hecho de que los catequistas son los principales colaboradores de los ministros ordenados en la obra de la evangelización. (Cf. Bendición solemne, infra, 375; oración de bendición, 380).

LECTURA DE LA PALABRA DE DIOS

370. Luego, el lector, uno de los presentes o el mismo celebrante, lee un texto de la Sagrada Escritura, seleccionado principalmente de entre los que se hallan en el Leccionario Por la evangelización de los pueblos (17), o Por los ministros de la Iglesia (18), o bien:

Rm 10, 9-15: ¡Qué hermosos los pies de los que anuncian el Evangelio!

Escuchad ahora, hermanos, las palabras del apóstol san Pablo a los Romanos.

Si tus labios profesan que Jesús es el Señor y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás. Por la fe del corazón llegamos a la justificación, y por la profesión de los labios, a la salvación. Dice la Escritura: 
«Nadie que cree en él quedará defraudado.» Porque no hay distinción entre judío y griego, ya que uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan. Pues «todo el que invoca el Nombre del Señor se salvará». Ahora bien, ¿cómo van a invocarlo, si no creen en él?, ¿cómo van a creer, si no oyen hablar de él?; y ¿cómo van a oír sin alguien que proclame?; y ¿cómo van a proclamar, si no los envían? Lo dice la Escritura: «¡Qué hermosos los pies de los que anuncian el Evangelio!»

Palabra de Dios.

371. Según las circunstancias, se puede decir o cantar un salmo responsorial u otro canto adecuado.

Salmo responsorial

Sal 95 (96), l-2a. 2b-3. 7-8a. 10 (R.: 3)

R. Contad las maravillas del Señor a todas las naciones.

Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre. R.

Proclamad día tras día su victoria.
Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones. R.

Familias de los pueblos, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor. R.

Decid a los pueblos: «El Señor es rey,
él afianzó el orbe, y no se moverá;
él gobierna a los pueblos rectamente.» R.

372. El celebrante, según las circunstancias, exhorta brevemente a los presentes, explicándoles la lectura bíblica, para que perciban por la fe el significado de la celebración.

PRECES

373. Sigue la plegaria común. Entre las invocaciones que aquí se proponen, el celebrante puede seleccionar las que le parezcan más adecuadas o añadir otras más directamente relacionadas con las circunstancias del momento o de los presentes.

Dios quiere que todos los hombres se salven. Invoquémoslo, pues, diciendo:

R. Atrae hacia ti a todos los hombres, Señor.

Haz que todo el mundo conozca que tú, Padre, eres el único Dios verdadero
-y que Jesucristo, tu Hijo, es tu enviado. R.

Manda obreros a tu mies,
-para que tu Nombre sea glorificado en todas las naciones. R.

Tú que enviaste a los discípulos a proclamar el Evangelio,
—ayúdanos a propagar la victoria de la Cruz de Cristo. R.

Haz que seamos dóciles a la predicación de los apóstoles
—y sumisos a la verdad de nuestra fe. R.

Tú que nos llamas hoy a tu servicio en favor de nuestros hermanos,
—haz que seamos ministros de tu verdad. R.

Guarda a los ministros de tu santa Iglesia,
—para que, al enseñar a los demás, seamos hallados fieles en tu servicio. R.

Que la gracia del Espíritu Santo dirija nuestros corazones y nuestros labios,
-para que permanezcamos siempre en tu amor y en tu alabanza. R.

ORACIÓN DE BENDICIÓN

374. El celebrante, con las manos extendidas, dice la oración de bendición: (adviértase que la Palabra de Dios y la doctrina que "ha sido engendrada" -por así decirlo- de esa misma Palabra, constituyen el precioso tesoro que la Iglesia desea transmitir a todos los pueblos, con el auxilio de los catequistas)

Señor, con tu bendición + paternal, robustece la decisión de estos servidores tuyos, que desean dedicarse a la catequesis; haz que lo que aprendan meditando tu Palabra y profundizando en la doctrina de la Iglesia se esfuercen por comunicarlo a sus hermanos y así, junto con ellos, te sirvan con alegría. Por Jesucristo, nuestro Señor.

R. Amén.


CONCLUSIÓN DEL RITO

375. El celebrante, vuelto hacia los catequistas, concluye el rito, diciendo:

Dios, que en Cristo ha manifestado su verdad y su amor, os haga testigos del Evangelio y de su amor en el mundo.

R. Amén.

Jesús, el Señor, que prometió a su Iglesia que estaría con ella hasta el fin del mundo, confirme vuestras obras y vuestras palabras.

R. Amén.

El Espíritu del Señor esté sobre vosotros, para que podáis ayudar a los ministros de su Palabra.

R. Amén.

Finalmente bendice a todos los presentes, diciendo:

Y a todos vosotros, que estáis aquí presentes, os bendiga Dios todopoderoso, Padre, Hijo + y Espíritu Santo.

R. Amén.

376. Es aconsejable terminar el rito con un canto adecuado.

B. RITO DE LA BENDICIÓN UNIDA A LA CELEBRACIÓN DE LA MISA

377. De conformidad con las rúbricas, si se estima oportuno, puede emplearse la Misa Por los laicos, con las lecturas propuestas en el Leccionario (19).

"De conformidad con las rúbricas" quiere decir que no está permitido celebrar esta Misa en los días litúrgicamente impedidos.

378. Después de la lectura del Evangelio, el celebrante, basándose en el texto sagrado, debe exponer en la homilía el significado de la celebración, teniendo en cuenta las diversas circunstancias del lugar y de las personas.

379. Sigue la plegaria común, en la forma acostumbrada en la celebración de la Misa, o en la forma aquí propuesta; esta oración, el celebrante la concluye con la fórmula de bendición, a no ser que se crea más oportuno emplear esta fórmula al final de la Misa, como una oración sobre el pueblo. Entre las intercesiones que aquí se proponen, el celebrante puede seleccionar las que le parezcan más adecuadas o añadir otras más directamente relacionadas con las circunstancias del momento o del lugar.
Dios quiere que todos los hombres se salven. Invoquémoslo, pues, diciendo:

R. Atrae hacia ti a todos los hombres, Señor.

Haz que todo el mundo conozca que tú, Padre, eres el único Dios verdadero
—y que Jesucristo, tu Hijo, es tu enviado. R.

Manda obreros a tu mies,
—para que tu Nombre sea glorificado en todas las naciones. R.

Tú que enviaste a los discípulos a proclamar el Evangelio,
—ayúdanos a propagar la victoria de la Cruz de Cristo. R.

Haz que seamos dóciles a la predicación de los apóstoles
—y sumisos a la verdad de nuestra fe. R.

Tú que nos llamas hoy a tu servicio en favor de nuestros hermanos,
—haz que seamos ministros de tu verdad. R.

Guarda a los ministros de tu santa Iglesia,
—para que, al enseñar a los demás, seamos hallados fieles en tu servicio. R.

Que la gracia del Espíritu Santo dirija nuestros corazones y nuestros labios,
—para que permanezcamos siempre en tu amor y en tu alabanza. R.

380. EI celebrante, con las manos extendidas, dice la oración:

Señor, con tu bendición + paternal, robustece la decisión de estos servidores tuyos, que desean dedicarse a la catequesis; haz que lo que aprendan meditando tu palabra y profundizando en la doctrina de la Iglesia, se esfuercen por comunicarlo a sus hermanos y así, junto con ellos, te sirvan con alegría. Por Jesucristo, nuestro Señor.

R. Amén.


381. Si se estima más oportuno, la oración de bendición puede emplearse al final de la celebración de la Misa, después de la invitación:

Inclinaos para recibir la bendición.

U otra parecida.

Después de la oración de bendición, el celebrante añadirá siempre:

Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo + y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros.

Todos responden:

Amén.

II. BENDICIÓN DE UN GRUPO REUNIDO PARA LA CATEQUESIS O LA ORACIÓN

382. Cuando los cristianos o los catecúmenos se reúnen en el Nombre de Cristo, en ese grupo, según la promesa del Señor, está presente el mismo Jesús Resucitado. Del mismo Jesús brota que los participantes en el grupo se sientan movidos a bendecir a Cristo y a invocarlo para obtener el auxilio de Dios Padre y alcanzar así la finalidad para la que se reunió el grupo. Esto acontece sobre todo entre los grupos que se reúnen para hacer la catequesis y la oración; pero también en otro tipo de asambleas es conveniente que se dé comienzo con la oración litúrgica y se reserve por lo menos algún espacio de tiempo para la plegaria. Por tal motivo, la Ordenación general de la Liturgia de las Horas (cf. núm. 27) encarece a los laicos, dondequiera que se reúnan en asambleas de cualquier signo (de oración, de apostolado, o por cualquier otro fin), que reciten el Oficio divino, celebrando alguna parte de la Liturgia de las Horas: «Es conveniente que aprendan, en primer lugar, que en la acción litúrgica adoran al Padre en espíritu y verdad (cf. Jn 4, 23)», no olvidando que el «culto público y la oración que celebran atañe a todos los hombres y puede contribuir en considerable medida a la salvación del mundo entero». Es decir, después de la Misa, ninguna oración es más valiosa para la Iglesia que la Liturgia de las Horas. Si esto no fuese posible, es aconsejable, atendidas las circunstancias, iniciar la reunión invocando al Espíritu Santo e implorando la bendición del Señor con el himno Ven, Espíritu divino, o la antífona Ven, Espíritu divino, u otro canto apropiado. A continuación, tras una breve lectura bíblica debidamente seleccionada, se concluirá la plegaria con una de las oraciones colectas del Misal romano, tomadas principalmente de las Misas del Espíritu Santo, o de una de las Misas de la semana VII del tiempo pascual, o de la Misa En una reunión espiritual o pastoral.

383. Al final de la reunión, puede tenerse una «celebración de bendición» con la fórmula de bendición que pronuncia el que preside el grupo, (que en este caso, sí puede ser un laico, como puede leerse en el n. 385) como a continuación se indica.

384. La oración de bendición se omite cuando estas reuniones van seguidas de la celebración eucarística.

385. El rito que aquí se propone pueden emplearlo el presbítero, el diácono, o también, con los ritos para él previstos, el laico; todos ellos, respetando la estructura del rito, adaptarán la celebración a las circunstancias del lugar.

RITO DE LA BENDICIÓN

386. El que preside dispone a los presentes para recibir la bendición, con estas palabras u otras semejantes:

En la reunión que ahora terminamos, nos ha hablado Jesús, el Señor. Nos sentimos en el deber de darle gracias porque ha querido revelarnos el misterio escondido desde el principio de los siglos en Dios. Lo que ahora importa es que vivamos de acuerdo con la Palabra que hemos escuchado. Antes, pues, de separarnos, elevemos nuestro corazón a Dios para que, por su Espíritu Santo, nos guíe hasta la verdad plena y nos dé fuerza para hacer siempre lo que le agrada.

PRECES

387. Si se estima oportuno, antes de la oración de bendición puede hacerse la plegaria común. Entre las intercesiones que aquí se proponen, el que preside puede seleccionar las que le parezcan más adecuadas o añadir otras más directamente relacionadas con las circunstancias del momento. Las palabras que nos ha dicho el Señor son espíritu y vida; pidamos que estas palabras de vida eterna encuentren en nosotros unos oyentes que no se limitan a escucharlas, sino que las ponen en práctica. Digámosle:

R. Habla, Señor; tú tienes palabras de vida eterna.

Cristo, Hijo de Dios, que viniste al mundo para proclamar el amor del Padre a los hombres,
—auméntanos la fe, para que recibamos tus palabras como un signo de su bondad paternal. R.

Cristo, en quien el Padre halló sus complacencias, y nos mandó escucharte con fe,
—enséñanos a profundizar en tu Palabra y a saborear íntimamente su dulzura. R.

Cristo, que proclamaste dichoso al que escucha la Palabra de Dios y la cumple,
—haz que nosotros, como María, guardemos tus palabras y las meditemos asiduamente en nuestro corazón. R.

Cristo, que con tu Palabra iluminas nuestra mente y das inteligencia a los ignorantes,
—haz que, escuchándote con un corazón sencillo, lleguemos a conocer los misterios del Reino de los cielos. R.

Cristo, que continuamente dejas oír tu Palabra en la Iglesia, para que a todos los hombres, al oírla, los ilumine una sola fe y los una la misma caridad,
—-haz que amemos y cumplamos cada vez más tu Palabra, para que todos los cristianos, gracias a ella, tengamos un mismo pensar y un mismo sentir. R.

Cristo, que con tu Palabra eres lámpara para nuestros pasos y luz en nuestro sendero,
—haz que, oyéndote, corramos con el corazón ensanchado por el camino de tus mandatos. R.

Cristo, que pronunciaste tu Palabra para que siga su avance glorioso para salvación de los hombres,
—llénanos de esta Palabra hasta tal punto que nos presentemos ante el mundo como mensajeros y testigos del Evangelio. R.

Sigue la oración de bendición, como se indica más adelante.

388. Cuando no se dicen las Preces, antes de la oración de bendición, el ministro, con estas palabras u otras semejantes, invita a todos a orar, implorando el auxilio divino:

Oremos, queridos hermanos, a Dios, Padre todopoderoso, para que guíe nuestros pasos por la senda de sus mandatos. Y, según la oportunidad, todos oran un rato en silencio. Sigue la oración de bendición.

ORACIÓN DE BENDICIÓN

389. El ministro, si es sacerdote o diácono, con las manos extendidas, si es laico, con las manos juntas, dice la oración de bendición:

Te damos gracias, Señor, y te bendecimos, porque en distintas ocasiones y de muchas maneras hablaste antiguamente a nuestros padres por los profetas, pero ahora, en esta etapa final, nos has hablado por tu Hijo, para mostrar a todos en él la inmensa riqueza de tu gracia; imploramos tu benignidad, para que quienes nos hemos reunido para estudiar las Escrituras, consigamos un conocimiento perfecto de tu voluntad y, agradándote en todo, fructifiquemos en toda clase de obras buenas. Por Jesucristo, nuestro Señor.

R. Amén.


CONCLUSIÓN DEL RITO

390. El ministro concluye el rito, diciendo: 
Dios, Padre misericordioso, que envió su Palabra al mundo y, por medio del Espíritu Santo, nos guía hasta la verdad plena, nos haga heraldos del Evangelio y testigos de su amor en el mundo.

R. Amén.

391. Es aconsejable terminar el rito con un canto adecuado.


Notas:

17 Cf. Missale romanum, Ordo Lectionum Missae, núms. 872-876.
18 Cf. Missale romanum, Ordo Lectionum Missae, núms. 848-851.
19 Cf. Missale romanum, Ordo Lectionum Missae, núms. 826-866.


21 de agosto de 2016, domingo XXI del Tiempo Ordinario. 
Día del catequista, en honor de san Pío X, Patrono de la catequesis, a quien está dedicada esta entrada.

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